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Sueños de opio

  • albian44
  • 2 abr 2012
  • 4 Min. de lectura

Droga divina, bálsamo eterno / opio y ensueño dan vida al ser / aspiro el humo que da grandezas / y cuando sueño vuelvo a nacer/ Me vuelvo dueño de mil riquezas/ lindas mujeres forman mi harén y en medio de ellas, yo adormitado / libando dichas, bebiendo halagos / entre los brazos de una mujer…/ (Fragmento de “Sueños de opio”, vals de Felipe Pinglo Alva)

Aun cuando el consumo de opio fue popular en Lima a inicios del siglo XX, -producto de una masiva migración de chinos al Perú-, no sabemos si Felipe Pinglo (1899-1936) tuvo que fumar opio para inspirarse y componer su hermoso vals “Sueños de opio”. En todo caso, si así hubiese ocurrido, ello no le resta un átomo a su genio creador. Lo mismo puede pensarse del británico Lewis Caroll (1832-1898) y su novela “Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas”. Charles Dodgson (verdadero nombre de Caroll), vivió una época en la que el láudano (tintura extraída del opio) se administraba sin control alguno a pacientes de toda edad, incluyendo a niños pequeños, para paliar dolores de cualquier índole, detener la diarrea, eliminar la tos y adormecer a los ansiosos. El láudano, mezcla de opio con vino blanco, clavo, canela y azafrán, creado por Paracelso en el siglo XVI, se hizo muy popular y llegó a constituir el más importante fármaco por más de 300 años. El componente de opio de la mezcla contiene elementos como la morfina, la codeina y la narcotina, de ahí que el láudano no solo quitaba las molestias del paciente, sino que también ofrecía los efectos narcóticos de cansancio, somnolencia y alucinaciones. La historia registra rumores acerca del beneficio que el láudano le dio a Caroll para vencer sus males de tartamudez y epilepsia, pero la fantasía popular también es capaz (y me incluyo) de lanzar la hipótesis que una buena parte del universo fantástico e inverosímil que describe en su famosa novela, pudo haberse realizado con elementos surgidos de una experiencia alucinógena o de algún sueño insondable, profundo y retorcido, luego de una buena dosis de láudano. En el maravilloso país de Alicia los animales hablan, hay falsas tortugas, Alicia puede medir siete centímetros o tres metros, un bebé se convierte en cerdo y hasta las orugas fuman sabe Dios qué (ver foto). En la parte final de la aventura, cuando Alicia está a punto de ser decapitada por dos cartas de la baraja, despierta en brazos de su hermana y le cuenta su increible sueño. ¿Fue el sueño de Alicia un sueño de opio de su autor?

El escritor inglés Thomas de Quincey (1785-1859), en su libro de memorias “Confesiones de un inglés comedor de opio”, describe con lujo de detalles su adicción al opio, al cual describe como “Justo, sutil y poderoso. Bálsamo y alivio de los corazones de pobres y los ricos…/ tú posees las llaves del Paraíso”. Una verdadera apología al opio que ilustra el origen de la enorme popularidad que opio y laudano tenían en esa época. Goethe, Goya, Byron, Walter Scott y Edgar Allan Poe, entre muchas personalidades más, no pudieron resistirse a los efectos mágicos de tales productos que, por lo demás, eran recetados por los médicos y se vendían en todas las boticas y establecimientos comerciales. No en vano, Quincey -en sus memorias- se refiere al boticario que le vendía la droga como “el ministro inconsciente de placeres celestiales…/ enviado a la Tierra en misión especial para mi persona”. Las Confesiones de Quincey causaron tal impacto que hasta el músico francés Héctor Berlioz (1803-1869), inspirado en los efectos del opio, compuso la Sinfonía Fantástica (estrenada en 1830), para narrarnos la historia de un artista que por languidecer de amor toma una sobredosis de opio, pero que en lugar de morir experimenta un sueño fantástico (¿alguna coincidencia con las aventuras de Alicia publicada unos 30 años después?). A de Quincey, se suman otros escritores, como Oscar Wilde, Charles Dickens y Arthur Conan Doyle, quienes a través de sus obras también manifestaron la fascinación que tenían por aquellos medicamentos exóticos que habían penetrado de manera profunda en la sociedad europea. Sea fumando o ingiriendo opio, o tomando láudano, todos la consumían inicialmente para paliar el dolor, pero al poco tiempo quedaban atrapados en un consumo sin retorno. El poeta holandés Willem Bilderdijk (1756-1831) redactaba sus propias recetas de opio y hacía confeccionar píldoras revestidas de plata que contenían opio puro y bálsamo de Perú. Una sofisticación que pinta de cuerpo entero su especial adicción.

El alto y libre consumo de opio y láudano en los siglos XVIII y XIX, disminuyó notablemente cuando las sociedades médicas difundieron que sus efectos nocivos superaban de largo a los beneficios y quedaron confinados para casos especiales de dolor intenso en los pacientes con cáncer o con cálculos renales. La leyes prohibieron su venta libre; sin embargo apareció un demoledor comercio clandestino que nunca se ha podido controlar, y a la que se sumaron otras drogas como la marihuana, la heroína, el LSD, el crack y la cocaína, entre muchas otras, consumidas en todos los estratos sociales en la medida que el dinero las puede pagar. Si bien es cierto, famosos artistas e intelectuales han experimentado los efectos del opio y similares, no le deben a las drogas su talento creador. Si fuese así, cárceles y callejones plagados de drogadictos serían verdaderas fábricas de genios y esa no es la realidad. Es probable que John Lennon o Jimi Hendrix (los ejemplos abundan) hayan utilizado en sus composiciones algunos elementos originados en uno de sus viajes alucinógenos, pero es más cierto aceptar que si no hubieran nacido con talento artístico, serían perfectos desconocidos y no habrían compuesto ni medio gramo de calidad por más kilos de drogas que se hubieran inyectado al mismo cerebro.


 
 
 

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